miércoles, 7 de septiembre de 2011

lunes, 5 de septiembre de 2011

Capítulo 6

Capítulo 6
La   carta   de   mamá



Hoy se firma un día en la historia de la humanidad…

Dictó la joven del noticiero.

Sin previo aviso las luces del castillo se han apagado. Me refiero, claro está, al castillo de Monihiant Xyay.
Aunque ninguna persona ha entrado, siempre se había rumoreado que, cuando las luces se apagaran, efectivamente la seguridad también. Sin afán de ofender al señor Xyay los nativos de Shelsy han irrumpido en el castillo. Esperando ver a su héroe de rostro anónimo; sin embargo, para su sorpresa, no sólo de ellos, sino del resto del planeta, es que Monihiant ya no estaba en su castillo.
Los habitantes buscaron hasta el amanecer al dichoso icono, pero ninguna respuesta alentó a que lo pudieran encontrar.

Ha desaparecido.
El genio virtuoso, el hombre más importante del planeta, Monihiant Xyay ha desaparecido.
Nadie lo conoce, nadie sabe cómo es, los pocos que dicen saber, no lo han visto por ningún lado en Shelsy. Y las personas buscan con desesperación un rostro desconocido.

Ha ocurrido lo peor.
Mientras tanto, en los múltiples edificios OMCPDM: Organización Masiva Contra la Pobreza y la Desigualdad Mundial; siguen maquinando todo en automático. Los huéspedes dicen también que no han visto nada fuera de lo común y que esperan al señor Xyay, bueno, muy pronto de vuelta con nosotros…





-Neil… vámonos –suplicó Tedd jalando del brazo a su amigo que aún seguía pasmado por todo lo que estaba ocurriendo. Sin saber cómo recurrir a su bienestar mental decidió acompañar a Tedd a la calle.

En las calles los puestos no estaban levantados. Éste suceso los había obligado a resguardarse en sus casas con sus respectivos televisores. Durante todo el día la noticia siguió pasando.
Algunos la veían con la espera de que pudieran llegar buenas noticias; algún supuesto malentendido. Sin embargo, nada.

Los muchachos siguieron caminando calle abajo; todas y cada una de las grandes avenidas, donde a esta buena hora del día abundaban los mercantes, estaba desierta. De vez en cuando escuchaban algún grito de desesperación, otras veían a personas correr de un lado para el otro. Era completamente inexplicable lo que estaba ocurriendo.
Tedd miraba preocupado a Neil. Pensaba, que en cualquier momento se vendría abajo; no sabía si por la conmoción de Monihiant, o alguna otra cosa que haya pasado en el edificio de justicia.

Al fin Neil pudo tocar los suelos de su propiedad. Se quitó su calzado, lastimado y maloliente dio pequeños pasos y se sentó de sopetón en el sillón de su sala.
Tedd no sabía cómo actuar, aunque es cierto que no era la primera vez que tenía que estar ahí para ayudar a su amigo, él sabía que había algo que lo llenaba de desesperación en su interior. Su amigo advirtió la llegada de ambos a la mamá de Neil y se echó a la cocina para traerle al joven carnicero un vaso de agua.

-Tienes que contarme, Neil… -aconsejó su amigo. Extiende su mano y le da el vaso de agua.
-La van… -balbuceó y tomo el vaso de agua. -, la van a matar…- calló al sentir la presencia de alguien bajando las escaleras. Era su mamá, con una expresión pálida en su rostro. Se le notaba cierta inquietud; sus piernas temblaban cada vez más con el bajar de los escalones. Miró a Tedd, el amigo de su hijo.

Los muchachos trataron de encontrarse tranquilos. Hubo un silencio en un principio incómodo, pero poco a poco se fue opacando por el cierto interés en tanto descontento.

-Veo que ya se enteró, señora Fernett… -dijo Tedd tratando de animar la escena.
-Sí. –pronunció mientras se sentaba. –Tedd, necesito que me dejes a solas por hoy con mi hijo… hay ciertas cosas de las que debemos hablar.

Neil la miró con incómodos ojos. Lo primero que pasaba por su cabeza era el cómo se había enterado de todo lo que ocurrió en el castillo de Catherine. Esta inesperada intervención de su mamá no era natural; al menos en sus años nunca la había visto así.
Aunque Tedd se preguntaba lo mismo era preciso volver a su casa. También tenía mucho qué explicarle a su mamá y papá. Después de asentar tranquilamente, se levantó, tomó aire y se fue de la casa de su amigo desganado.

Una vez la ausencia de su amigo; Neil esperaba la mínima reacción de su mamá. Apropiadamente, bajó la cabeza y esperó el más cruel de los regaños y gritos dados por una carnicera de su talento.
Neil cerró bien fuerte los ojos, pero por más que esperó nunca llegó nada parecido a la reprimenda que sabía que se merecía.

Silencio.

Su madre lo miró con unos ojos que nunca había conocido el joven en toda su vida.

-¿Cómo estás? –preguntó la madre.
-Mmmm… bien… -vaciló Neil al responder, le era extraño que de pronto su mamá le comenzara a interrogar de esa manera.
-Los tiempos… em, vaya… ya tienes 15 años…
-Sí, cumpliré 16 en unos meses… -respondió Neil. Pensó que diría alguna otra cosa pero de los orbes oscuros de su madre se comenzaron a derramar lágrimas enormes; resbalaron por su mejilla y terminaron derramándose de su barbilla hasta el mandil que llevaba puesto.
-No, perdón, disculpa… -dijo secándose una mejilla con su mismo mandil. –Es que has crecido ya mucho, y no me había dado cuenta que… eres su viva imagen.
-¿Viva imagen? –preguntó con sigilo.
-Sí, hablo de tu papá, él…
-¿Por qué me hablas de mi papá justo ahora? –lanzó la interrogante de mala gana. –Siempre decías que él no merecía ser tema de conversación, en ninguna clase de plática que tuviéramos.
-Lo sé… -suspiró. –Sé que él ha cometido muchos errores, y que es injusto mencionarlo con el nombre de “papá”, siendo que jamás ha estado con nosotros. Pero gracias a él hemos tenido la posibilidad de lograr muchas cosas –explicó. -, por ejemplo: el establecimiento en el que ahora vivimos. No lo hubiera logrado sin su ayuda, en aquellos tiempos tú todavía estabas dentro de mi vientre… él me echó la mano…

María calló súbitamente como esperando a que Neil siguiera con la conversación. Pero su rostro sólo emanaba desagrado a la clase de camino que sabía que iba la charla. Sabía que se trataba de una de esas charlas que, aunque sea a la fuerza, un joven debe escuchar en alguna etapa de su vida.
Aunque era el momento más incómodo para oírla, supo escuchar a su madre, y ella fue desglosando todo lo que él tenía qué saber sobre el tema.

-… él siempre procuró que viviéramos bien. En el pasado han ocurrido diversas cuestiones con las que…
-Mamá, basta. –se interpuso Neil a seguir escuchando toda la plática sin ninguna razón de ser. –Entiendo que mi papá cometió muchos errores, bla, bla, bla. No me interesa en lo más mínimo; yo estoy creciendo bien, no necesito saber nada de él para ser feliz. Toda la basura que sea su vida o donde quiera que esté, si está muerto, no me importa. –exclamó. –Me gusta mi vida, me gusta quien soy, me gusta seguir viviendo como vivo… no merezco ni más ni menos. Y mi sueño sigue siendo seguir con el negocio en la carnicería y convertirla no sólo en la mejor de Laroiss, sino de todo el mundo.
-Lo sé… -susurró su madre con un fuerte dolor en su garganta de tanto llorar.
-¡Entonces! ¿Por qué?

Y volvió el silencio como tumba.
Neil estaba molesto por la plática. Vio a su madre preocupada y dispuesta a darle a entender algo que él no podía siguiera llegar a articular en su mente.
Sin decir nada María comenzó a sacar de su bolso algo. La duda del muchacho saltó por los aires -¿Qué sería tan importante que querría que viera en ese momento?- pensó.
Su mente se disipó cuando su madre le extendió su mano. En ella tenía un pedazo inerte de papel. Una simple nota doblada en cuarto partes. Nada más ni nada menos.
Neil confundido tomó el pedazo de papel y lo desdobló frente a sus ojos. La letra estaba claramente hecha a mano, su cursiva era casi imposible de leer; pero logró recordar sus clases en la escuela y la llevó hasta la total comprensión:


Neil. Cuando leas esto sabrás ya que soy tu padre.
Quiero que vengas; reúne pistas y encuéntrame. Que dentro de mi misterio está el tesoro que te heredo.

El tesoro de mil naciones es tuyo, si sabes dónde buscar.


El muchacho terminó de leer. Miró tras la hoja como si esperara encontrar algo más pero nada. Todo estaba ahí en esas, para él, pobres líneas.

-¿Y qué? –preguntó con inexpresiva mirada.
-Él me dijo que te diera esa carta cuando llegara el momento… -explicó María sin quitarle la vista de encima. –Él me dijo que, en el momento en que desapareciera, te tendría que dar esta carta… y que tú decidirías qué hacer después. En términos iguales, sabes la verdad y mereces tomar la decisión por ti mismo. Porque nadie te va a detener, ni siquiera yo, que te amo, no te detendré más si tú no quieres. Todo dependerá de ti…
-No lo entiendo… -dijo Neil trastornado, sabía lo siguiente que su madre iba a decir. Eran las palabras que nunca esperó llegar a escuchar.
-Monihiant Xyay… -suspiró. –Es tu papá.




…. Y no sabemos dónde está, ni qué puede estar tramando.
Sólo sabemos una cosa. Ya no está, y tenemos que encontrarlo. ¿Por qué? Porque él sigue siendo la persona que la gente necesita saber que allí está, que el mundo no se desmoronará en cualquier momento.

Te necesitamos Monihiant Xyay.

Terminó de decir la reportera.
Una vez terminado el programa, la gente apagó el televisor y guardaron un minuto de completo silencio, en todo el mundo.