lunes, 5 de marzo de 2012

Capítulo 8


Capítulo 8
El   Juicio


La ladrona subió los escalones de madera que rechinaban uno a uno como galitanes furiosos protegiendo su camada. El rugido de la gente no dejaba escuchar más que maldiciones y risotadas; todos dirigidos a la joven la cual ya le estaban poniendo la soga alrededor del cuello; la ataron fuerte aunque no demasiado por experiencias pasadas. Había ocurrido ya varias veces que los ejecutores amarraban muy ajustada la soga a los condenados antes de soltarlos a su muerte. Ocurría que se asfixiaban antes de poder decir sus últimas palabras, caían desmayados y todo era más complicado no sólo hacia el jurado sino también hacia los lugareños morbosos.

La joven elevó su mirada sobre la multitud, fría y sin emociones apartó la vista y concentró sus últimas visiones en ver el mar que los rodeaba casi por completo. Cualquiera diría que anhelaba salir volando libre como un ave de ese maldito lugar. Pero la cruda realidad es que Molly no deseaba más que morir allí mismo.
Ella pertenecía a un grupo de asesinos que firmaban con sangre un juramento de lealtad al destino: sostenían religiosamente la creencia que debían luchar por sus vidas todo lo que pudieran, que si te atrapan debes seguir aferrándote a tu vida hasta el final; dicho final lo debías enfrentar con el honor que te sostuvo en pelea y dar la cara a la persona que te arrebate la vida. No vivas con la vergüenza, decían.

Finalmente le fue atado un grueso nudo alrededor de su cuello y girado hasta su nuca para cerrarlo allí. Mediante una cuerda se trenzó entre el nudo y dicha quedó muy justa para el peso proporcional de Molly y así poder levantarla.
Y hecho, la cuerda elevó el cuerpo de Molly lo suficiente como para dejar a la joven parada con la punta de sus pies.

En la silla real se encontraba la reina Catherine de la Feersh, por supuesto en una plataforma de un metro de alto por encima de la multitud; no sólo para ver mejor la sentencia sino para sentirse superior al resto de los habitantes de la villa y de La Gran Central. La reina no pudo ocultar una mueca en sus labios de especial satisfacción al ver a la joven ladrona en tal embrollo.
Molly la hubiera insultado con algún gesto pero tenía las manos atadas.



La ceremonia comenzó con el mismo juez dictando los crímenes que hicieron de Molly una de las asesinas más buscadas de los alrededores, junto con sus compañeras que no pudieron atrapar.
La gente gritó más fechorías supuestamente hechas por la muchacha, el juez ignoró todo lo no oficial dictado, escrito y estipulado por él mismo en la corte anterior. De entre todos era el que más lamentaba este momento.
El juez se dirigió a Molly, le hizo el gesto de salvación como hacía con todos los condenados en la villa de Laroiss.

-¿Tienes algunas últimas palabras que quieras decir?- le preguntó con dolo.
-Sólo que no me arrepiento de nada- exclamó sin vacilaciones. -Y que espero que la reina Feershis muera gorda y sola. No como yo que hasta audiencia tengo y soy bastante delgada.
-¡Exijo que acaben con su vida de una buena vez! -gritó la reina roja del coraje al mismo tiempo que algunos de la villa soltaron una carcajada pero la callaron antes de que alguien se diera cuenta de quién fue.


El ejecutor se dispuso a seguir. Sujetó con fuerza la palabra que abriría súbitamente la escotilla y dejaría caer al cuerpo. Sin embargo dicha acción nunca ocurrió. Sus oídos escucharon un leve chiflido en el viento; al instante un cuchillo de carnicero se impactó con el soporte inferior izquierdo de la horca.
El ejecutor, cauteloso, se apartó unos centímetros. Todas las personas vieron el cuchillo clavado en la madera y buscaron al responsable con sus miradas.
No tardaron en notar todos en silencio como una voz joven se quejaba de su tiro fallido. Renegaba de su buena puntería en momentos menos importantes y de cómo en los momentos de vida o muerte se atrevía a fallar tan catastróficamente.

A pesar de que todos voltearon simultáneamente a la azotea de la casona del que provenían los gritos y quejas infantiles ninguna persona se movió de su lugar, quizás esperaban que algo más pasara o que el muchacho callara.

Nadie pudo pre visualizar un segundo tiro realizado desde el mismo lugar de los quejidos. Salió disparado el segundo cuchillo con un modelo diferente de mango pero con el mismo chiflido ensordecedor del anterior.
Esta vez el arma blanca arrasó por completo la soga que sostenía del nudo hecho alrededor del cuello de la muchacha. La cortó y al instante la joven cayó súbitamente al suelo muy sorprendida.
La reacción de la gente fue de total asombro, unos gritaban ofendidos, otros se expresaban contentos. Sin embargo todos compartieron la inercia de agacharse previniendo un tercer ataque.



De un sombrío callejón salió un jinete cabalgando; el caballo traía puesta la armadura insignia de la realiza. El jinete tenía ávidas manos para tirar de los cabellos del corcel. Su rostro estaba cubierto por una prenda que rodeaba toda su cabeza, únicamente con unas pequeñas aberturas para su visibilidad.
Manipuló al animal hasta que llegó a los pies de la horca.

El jinete saltó a la base de madera y de unos pocos pasos alcanzó a la joven, la sujetó de sus prendas y tiró de ellas bruscamente. La chica trató de evitarlo pero la confusión del momento y sus manos atadas impidieron que usara todas sus fuerzas.
Fue tirada en el carro del que tiraba el animal.
El joven montó al caballo y procuró salir lo antes posible del centro de la plaza. Sus orbes verdosos trataron de encontrar la más pequeña de las aberturas entre el mar de gente que gemía molesta y lanzaban todo lo que pudieran a la joven recostada de mala gana en la base de la carreta.

Molly pataleaba hacia cualquier lado que pudiera. El muchacho se lanzó sobre la multitud la cual le fue abriendo paso al caballo para no salir heridos.
Aunque los dos ya se habían apartado varios metros del lugar todavía pudieron escuchar los gritos despavoridos de la reina exigiendo la cabeza de los tres; si, también ordenó la del caballo.

-¡Eres un idiota! -gritó la ladrona tratando de ponerse de pie, cosa que se le dificultó bastante sin el acceso completo a sus manos y la carreta brincando de un lado al otro bajando por la calle principal que conectaba La Gran Central con la villa de Laroiss. -No tienes ningún derecho de salvarme la vida!
-Eres una malagradecida -gimió Tedd McLorence quien efectivamente se encontraba debajo del improvisado disfraz. -Además esto no fue idea mía, por mí te hubieras muerto.
-Púdrete. -le dijo Molly al tiempo de divisar a otros dos jinetes de aspecto noble tratando alcanzar su transporte.

El primero de ellos corrió con su corcel hasta quedar unos centímetros de su objetivo. El caballero saltó a la carreta y se preparó para desenvainar su espada.
Molly ya le tenía lista una trampa; incluía una madera floja en el carro, era la catapulta humana perfecta para que de una pisada suya saliera despedido el cuerpo del agresor.
Sin embargo no pudo ser así. Neil preparado saltó del tejado de una casa que estaban pasando en ese instante los muchachos. Era parte del plan atrapar al joven carnicero en esa parte del recorrido.

Neil cayó furtivamente sorprendiendo a Molly y al soldado. El caballero lanzó su primer sablazo hacia el joven cuando antes pensaba primero en rebanar a la chica con la guardia baja. Molly molesta agarró a Neil violentamente con sus manos atadas y se giró con él para cambiar de lugar; aprovechó que la misma espada cortara el nudo en dos partes.
Con sus manos liberadas evitó con la izquierda un segundo ataque sujetándolo del brazo muy lejos del arma; con su mano desocupada paralizó al hombre golpeándolo en el pecho. Dicho movimiento le dio tiempo de propinarle una patada en el estómago antes de que recuperara el aliento.
Al menos el cuerpo del hombre terminó volando fuera del carro, pensó ella.

Se volvió furiosa hacia Niel:


-Tú... -pronunció con tantas palabras e insultos en sus labios que no pudo sacar a tiempo ninguna. Su frustración era evidente.
No hubo tiempo de nada pues el jinete restante sacó una ballesta y apuntó al caballo. Tedd dobló por un callejón lleno de ropa colgando. Molly y Neil perdieron el equilibrio y se cayeron sobre la crujiente madera uno encima del otro.
McLorence intentó de evadir toda la ropa, intento fallido por cierto, y salió a la calle principal de Laroiss que bajaba por el mercado hasta el desembarcadero.

-Creí que iríamos mejor de tiempo. -pronunció preocupado.
-Sigue corriendo, lo alcanzaremos... -dijo Niel de rodillas con la visibilidad en el resto de los botes.
-¡Están locos...! -ahogó la chica sus gritos al casi ser atravesada con una flecha que penetró el carro justo a un lado de su brazo.
-A la cuenta de tres saltaremos a aquel bote. -aunque Tedd lo dijo seguro el panorama no lo era. El bote que advirtió con su dedo ya se estaba alejando de la orilla del muelle.

La lluvia de flechas comenzó a aferrarse sobre el cielo contra ellos. Aun así no pudieron evitar que McLorence soltara al caballo y así dejar a la carreta andando sola; con el vuelo proporcional al cuerpo de los tres muchachos tomó tal velocidad que rebasó el alcance de los tiradores y al llegar a la orilla los jóvenes saltaron y lograron caer en el bote con algunos rasguños y músculos adoloridos.
Los chicos se levantaron y se miraron entre sí.

Neil apenas iba a empezar una complicada reflexión de su vida hasta este momento de decisiones liberales; lamentablemente los tres fueron atacados apenas y subieron al bote.
Fueron atados de sus brazos hasta sus manos, les rodearon sus bocas con telas sucias y desgastadas para que evitaran hablar. Unos cuantos del bote les arrimaron el filo de sus espadas a pocos dedos de sus cuellos y lograron someter a cada uno de los chicos.
Neil y Tedd denotaron miedo instantáneamente al recibir tal trato; Molly estaba más tranquila; su rostro cambió cuando el bote avanzó unos minutos y llegó a unas piedras en aguas más picadas. Detrás de ellas estaba lo que parecía el verdadero barco: su aspecto era aterrador, de madera oscura y desgastada, sus tres mástiles se elevaban a través de la neblina provocada por la explosión de las olas en las piedras que pinchaban el cielo.
La joven ladrona identificó la bandera del barco: clara, con dos espadas cruzadas de color rojas, sobre ellas habían dos hoyos negros que simulaban ojos; eran los bárbaros de Crehios. Lugar desagradable para todo aquel que apreciara su vida. Afortunadamente yo debería estar muerta, pensaba ella tratando de darse ánimos.

Recibieron la orden proveniente de abordo y los bárbaros cargaron a los chicos; uno cada uno. Al llegar a la base principal del barco donde estaban todos los marinos lanzaron los cuerpos de los tres como animales en el matadero.
Los bárbaros regresaron a sus labores. No tardó nada en llegar el capitán del barco. Ellos lo sabían porque a diferencia de todos los demás éste se le notaba el atuendo de capitán bárbaro; sus cabellos estaban desgreñados, largos y castaños, su barba no era mucha pero si de color oscura, traía una túnica color roja escarlata al igual que su tricornio que estaba partido de un lado, la túnica caía hasta poco más arriba de sus botas azul color fuerte.

-Bienvenidos a Le Ghiantre -produjo una voz ronca y robusta. -Mi hogar, su prisión.

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