martes, 30 de agosto de 2011

Capítulo 5

Capítulo 5
El   canto   del   Feeing



La corte real estaba constituida por cinco grandes cabezas: cada uno de ellos provenía de La Gran Central. Con sus miradas inexpresivas recorrían el salón donde se llevaría a cabo el juicio de los ladrones, que se levantaron junto con un grupo en el castillo de la reina; apenas la noche anterior y ya todo el pueblo de Laroiss junto con los ricos y poderosos, de la parte burgués de la ciudad, ya se habían enterado de todo lo ocurrido; aunque ya eran altas horas de la mañana, a decir verdad.
Una de las cinco cabezas de la corte se levantó. Se trataba de una mujer anciana, de aspecto impotente; el gran monarca del reino: su majestad, la reina Catherine. Las joyas de sus dedos y ropas no se dejaban engañar; era simplemente la mujer más rica y poderosa de toda la región Helin Fernen. Su mirada fue arrebatada por los dos jóvenes que, con sus manos atadas y sus piernas sujetas una contra la otra, eran arrastrados ante el jurado. Se trataba claro de Molly y Neil, quienes apenas recibieron la orden de salir de su celda y fueron llevados hasta los pies de la corte a rastras, literalmente.

La reina no pudo evitar mirarlos con sus claros ojos pardos en tono de reproche.
Antes que nada, ellos debían saber que si existía un alma que no conocía ni una pisca de perdón, esa era Catherine de la Feersh: Una tirana con aspecto pronunciado y claros risos blancos que se levantaban por su velo majestuosamente adornado por amuletos reales.

-Oíd bien, todos vosotros… -recitó unas palabras y todos callaron. –Los culpables serán sometidos al peor de los castigos, la horca será. En la gran plaza…
-¡Espera un momento! –interrumpió descortésmente Neil ante todos los ojos burgueses. La mirada perpleja de la señora se paralizó con la intromisión del muchacho, con lo que le lanzó una vibra llena de odio y coraje.
-Cómo osas interrumpirme… a ti, malviviente, debería de llevarte a la hoguera de inmediato. Tus pies no merecen tocar, siquiera, el palacio de gobierno, ni tu mirada merece…
-Con todo respeto, excelencia… -volvió a interrumpir, lo que provocó que la muchedumbre produjera murmullos de desaprobación ante el comportamiento del muchacho. -… es cierto que entramos a tu castillo…
-“Su” –murmuró Molly entre dientes.
-…. Su…. Castillo. Pero debo recordarle que necesitamos al menos tener un juicio justo, o algo, no nos puede echar a la horca así porque si.
-¡Yo sí puedo! –gritó su majestad casi reventando las gradas con sus arrugadas manos llenas de anillos adiamantados. -¡Yo soy la reina, se hará lo que yo ordene, cuando y como lo ordene!

Un hombre de aspecto sereno se sentó al lado de la reina y le puso su mano encima del hombro de la mujer. Ella lo miró por unos momentos y conforme avanzaba una rápida charla, que nadie podía escuchar pues de murmullos se trataba, la mujer fue tranquilizándose.
Con un movimiento de su mano hizo entender al jurado que prosiguieran con su trabajo. Con lo que se puso de pie un hombre gordo con traje de color gris claro, una corbata aprobatoriamente elegante, y un bigote bajo una pronunciada nariz redonda y rojiza. Éste se colocó en su calva cabeza una peluca blanca con rollos que le caían hasta sus hombros. Subió hasta lo más alto del estrado y se acomodó los lentes:

-Aquí al que tienen a su izquierda y mi derecha es un joven habitante de Laroiss… -tosió y prosiguió. –Neil Fernett; de 15 años de edad, sin ningún antecedente que tenga que ver con la familia real. Cargos, meses atrás, te fueron retirados por una supuesta casería de cherrons diminutos en una de las granjas a los extremos de la villa. Pero tengo entendido que no fue nada grave y que esos cargos te fueron retirados a raíz de que tú mismo devolviste a los cherrons a sus respectivas granjas.
-Sí señor. –afirmó.
-Según entiendo vives solo con tu madre, María Fernett; dueña y carnicera sénior del Abastor: tienda que está en la villa a extremos entre Sevillanha número 37 y Laxis 23, en contra esquina  con la galería de Manoelly.
-Si señor… -volvió a afirmar.
-Viendo las posibilidades de que esto no vuelva a ocurrir los cargos de robo al castillo te serán quitados gracias a que realmente no te llevaste nada del lugar. Y que no existe relación entre tú y las chicas que escaparon por los cielos con un monto significativo.
Lamentablemente para ti, desde ahora, se te tiene prohibido verte en La Gran Central, mucho menos a los alrededores del castillo y/o dentro de él. Y durante un tiempo estarás bajo observación inclusive en la villa de Laroiss. De lo contrario tu cargo será justificado como potencial peligro para la gran familia real y serás ahorcado en la plaza sin ningún tipo de juicio.
-Si señor… -replicó.
-Por lo tanto con el poder que me confía la gran familia real, todos tus cargos te son levantados y quedas libre con el condicionamiento ya dictado.

Acto después de sus palabras azotó fuertemente un pedazo de madera cuadricular al borde de la mesa. Los guardias reales recorrieron toda la sala y tomaron por los brazos al joven, lo arrastraron en contra de su voluntad hasta la saluda y lo echaron al suelo de un empujón. Cerraron la puerta tras él.
Al principio sintió alivio de que haya salido tan bien librado. Luego, conforme avanzaba por el pasillo le fue picando la curiosidad sobre el juicio de su nueva amiga.
En hincó y apegó su oreja contra la pared; al principio no logró escuchar nada, pero conforme más pasaba el tiempo su oído se acostumbraba y lograba articular sonidos a través de la pared.

-Contigo es todo completamente diferente…
-Le contaré tanto detalle cómo me sea posible. –afirmó la chica.
-Bien. –produjo el juez de sus labios, sacó una hoja de papel y una pluma ahogada en pintura desde la punta. –Nombre –ordenó.
-Molly.
-Molly ¿Qué?
-No lo sé, sólo Molly. –dijo seriamente sin ninguna especie de jugueteo.
-¿Bromista?
-Huérfana, más bien…
-Hu-erf-ana. –anotó el hombre y prosiguió. -¿Donde naciste?
-No sé con exactitud, pero fui criada en el orfanato de Lavandria.
-Muy lejos de aquí ¿No crees? –dijo y continuó. -¿Qué querían robar exactamente tú y tu pandilla?
-Eso no puedo decírtelo.
-Al menos lo lograron robar.
-Espero que mis muchachas hayan podido…

De su asiento se levantó nuevamente la reina golpeando el mentón de un hombre al lado con su abundante vestido ampón.

-¡¿Qué fue lo que se llevaron?! –pronunció intranquila.
-¿Acaso tiene tantas riquezas como para no darse cuenta lo que mis muchachas se llevaron?
-¡Está jugando con mi paciencia…!
-Mi señora, por favor… -suplicó el juez. Una vez la reina más tranquila junto con el hombre de hace unos momentos se sentó volviéndole a propinar otro golpe en su cabeza con su vestido. –Entiéndeme Molly que, con la información que has dado, no puedo hacer nada por ti. No eres nadie… a tu edad que calculo, no necesito preguntártela, es apenas un poco mayor que la del muchacho carnicero, ya has robado efectivamente a la familia real de esta ciudad. No puedes enmendarlo tampoco porque las otras ladronas ya se han ido, con lo que fuera que es, en sus manos…
-Vaya al grano –dijo franco la joven todavía sin expresión en su rostro.
-Dado el poder que me fue confiado por la gran familia real, al no poder llegar a los acuerdos para tu libertad, y siendo el cargo muy grande y en contra, directa, de la reina Catherine de la Feersh; la sentencio a la horca, mañana por la mañana, en la plaza céntrica de La Gran Central.

Todas las personas lanzaron un estruendoso aplauso ante las palabras del juez, quien se puso de pie con un pesar fácilmente reconocible.
La chica cerró los ojos y se dejó arrastrar por los guardias, los cuales, la llevarían hasta su celda de momento a que se cumpliera el tiempo prometido para su muerte.
Todas las personas salieron del gran salón. Neil después de escuchar el golpeteo de muchos pasos se puso de pie. Corrió hasta las afueras del palacio de justicia y se lanzó deprisa y desesperado calle abajo, hasta llegar a la fuente de La Gran Central; de sus ojos se soltaban lágrimas. Miró a todas partes como si buscara algo que le diera la respuesta de su sentimiento. En ese preciso momento llegó Tedd, que intempestivamente puso sus manos sobre los hombros de su amigo y lo miró extrañado a la cara.

-¿Qué ocurrió amigo? –preguntó Tedd desconcertado al ver los ojos vidriosos de Neil.
-Es que… no lo sé… pasé una noche en la celda, y… todo fue tan horrible…

Tedd se limitó a abrazar a su amigo fuertemente. Al verlo más tranquilo, después de unos minutos, le echó otra mirada pero esta vez seriamente.

-Olvida lo que pasó… me la he liado con su mamá para que se trague mi cuento. Ella piensa que te quedaste a dormir en mi casa, fui con ella a decirle que te dio indigestión la cena. Ella sabe que ahorita vas a directo a tu casa para descansar…
-Gracias amigo, pero eso…. No, no puedo dejarlo así…. Pero tengo miedo…
-¿De qué me estás hablando?

Repentinamente un mortal canto se escuchó por toda la ciudad y hasta la villa. Las personas se horrorizaron pensando que era algo fuera de lo común; era el canto del Feeing. Al principio creyeron que tenían que entrar a sus casas como era lo habitual, sin embargo, al darse mejor cuenta cayeron en la conclusión que algo andaba mal.
El canto sonó cuando no debió de haber cantado. Las personas se miraron unas a otras durante unos cuantos minutos, pero el canto no cesaba.

-El canto del Feeing… -pronunció sollozando Neil.
-Imposible, todavía no es ni medio día…

Neil calló por unos segundos. Se acercó al mirador que tenía al lado y observó que todos los pueblos vecinos también tenían sus alarmas activadas.
Con algunos no es exactamente un canto, sino luces que se prenden por todas partes como para alertar algún incidente. En otros pueblos se levantaban las autoridades y comenzaban a poner orden en las calles; en otros pueblos, un poco más lejano, se divisaba como se prendían luces rojas. En la ciudad más lejana que se podía ver desde el miraros se apreciaban zeppelines volando por todas partes.

-El mundo se ha vuelto loco de repente… -produjo Tedd impaciente por saber el porqué.

Un rumor corrió a lo largo de las calles y Neil se puso en marcha para dejar La Gran Central esperando no volver jamás. Tras él iba Tedd que se inmiscuía entre todas las personas para llegar hasta su amigo e intentar detenerlo; cosa que no logró y se limitó a seguirlo hasta donde él tuviera que llegar.
Su viaje concluyó exhaustivamente por las calles de la tecnología; en todos los televisores estaba la misma programación. Sin embargo, había mucha gente como para poder acercarse, era imposible y mucho menos escuchar lo que decía.

Sin que él se enterara de nada la gente hablaba entre sí como si de un suceso extraordinario se tratara.
Finalmente los muchachos llegaron a la tienda de Barry. Entraron de prisa y sin hacer ninguna pauta llegaron hasta la trastienda. Tedd esperaba que al alcanzar a Neil le echara tremenda reprimenda, sin embargo ambos miraban a Barry Jr; con los ojos blancos como platos, miraba el televisor como si no diera crédito a lo que escuchaba.

En la programación estaba la mujer que da las noticias. Pero por su expresión se notaba que lo que decía lo estaba viendo y escuchando todo el mundo.
Ella seguía articulando palabras; Neil y Tedd no entendían nada, pues llegaron tarde a la programación. Sin embargo, abajo, donde siempre están los encabezados de las noticias, decía:

“Monihiant Xyay, ha desaparecido”.

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